Veinte minutos después de comenzar la reunión, los ruidos de la habitación de al lado dificultan el necesario ambiente de silencio para un debate de tal trascendencia. Incluso nadie escucha el sonido insistente del teléfono. Las reflexiones de Chema en torno al significado de los últimos posicionamientos de la vanguardia en la zona son de pronto boicoteados por la vecina de la puerta B. La odontóloga, doctora Beatriz Sesma atraviesa con su taladro quirúrgico la encía superior de Sebastián, el camarero de la cafetería Nebrasca. De uno de los ojos de Sebastián brota apenas una lágrima que demuestra un sufrimiento apagado, soportado en silencio desde antes de la tortura; desde que su agenda le recordó que hoy era el día de la cita con la dentista. Para esquivar el dolor trata de concentrarse en esos exagerados pechos que tiene a siete centímetros de su lágrima. Al detener por un instante la máquina de tortura ambos escuchan lo que parece el frenazo de un bus. Se miran, pero la esperanza de Sebastián se desvanece cuando la doctora regresa a los sudorosos siete centímetros taladro en marcha. Tras la pared de al lado, los reunidos vuelven a elevar cuidadosamente el volumen de su debate. El teléfono vuelve a sonar. Nadie lo escucha…